lunes, 30 de agosto de 2010

Jugando con el niño desagradable (fiesta pánica

El niño desagradable estaba en el centro de mi habitación. Le cubría el cuerpo desnudo con filetes de pescado mientras recitaba los versos más tristes de esa noche.

Lentamente fueron entrando cuatro damas vestidas de Santa Muerte. Cada una de ellas portaba una guadaña e iba montada sobre un puerco.

El niño desagradable sentía fluir el calor del veneno entre sus venas. Había bebido una botella de laúdano mientras veía una película de terror amarrado frente al televisor.

Las damas seducidas por la lujuria comenzaron a acariciarle el cuerpo. Una joven erección brotó entre sus muslos Las damas con sublimes caricias hicieron manar un río de semen que bebieron hasta la última gota mientras el niño desagradable se perdía en la profundidad de una mueca de placer, despreciable.

Lentamente entró un grupo de jóvenes músicos. Comenzaron a tocar melodías disonantes que excitaban a las damas, se retorcían en el suelo dándose de golpes en el vientre tratando de satisfacer sus anhelos carnales.

El niño desagradable gritaba con lujuria y se relamía los labios. Estaba atado a una silla con los ojos vendados y el cuerpo desnudo cubierto con filetes de pescado. La excitación, el vino y las caricias lo habían transformado en una bestia libertina.

De mi armario saqué un látigo y comencé a azotar al niño desagradable para domar el espíritu de lujuria que le poseía mientras las damas se desnudaban con el sonido del castigo.

Aquella criatura tan desagradable lanzaba estridentes aullidos que estimulaban en el látigo su lado más punitivo .La sangre comenzó a fluir con estruendoso sigilo.

Los gritos y la música se disolvieron en un monstruoso sonido.

Las damas comenzaron a expulsar serpientes de la vagina y yo las colocaba en el cuerpo del niño que no paraba de llorar y gritar de una forma horrorosa, sumamente desagradable. Las serpientes se enrollaron en él y comenzaron a inyectarle veneno.

Los músicos dejaron de tocar y se abalanzaron sobre las damas. El único ruido provenía de lo gritos del mezquino infante y los cuerpos sudorosos entregados al apareamiento trepidante.

Los puercos estaban hambrientos. No habían sido alimentados como es debido. Los dejé en libertad y comenzaron a devorar los filetes de pescado con todo y cuerpo de niño envenenado.

Yo me desnudé y me vestí de poeta mientras gritaba los versos más tristes de esa noche en medio de la fiesta.

El niño desagradable había venido a jugar y se encontró con la bohemia pánica de mis amigos.
Representamos una obra sin testigos.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Jamás me aprendí su nombre


Cuando te conocí acababa de matar a mi esposa. Preferí quemar y enterrar mi corazón a seguir amando a esa mujer con celos que me quitaba los deseos de serle fiel.


Esa noche mientras la esperaba me emborraché y me vestí de mi madre. Cogí el revolver de mi abuelo y lo coloqué entre mis piernas. Era luna llena y yo buscaba transmutarme en bestia para escupir aullidos y reventarle el alma a tiros.


Las botellas de aguardiente se vaciaban con el poder de la sed, la miseria y la mente. Mis ideas se nublaban con el aterciopelado sonido del mar.


Aún buscaba en las estrellas aquella coordenada que me llevó a la avenida transitada de su cuerpo donde perdí el acuerdo de castidad en alguna parte de su escote. Pero el camino se había perdido en el obsceno canto del tecolote.


Jamás me aprendí su nombre. Pero extraño su arte de amar en las noches de temperatura peligrosa cuando sólo existe un vacío en el colchón que no sabe curar la fiebre del solitario.


Cuando llegó, me encontró en la habitación completamente borracho y travestido con una erección de cañón enfurecido.


Antes de decir cualquier estupidez le disparé hasta verla morir. Me cambié de ropa y me fui al malecón donde te vi emborrachándote sola con un vino de porquería.


Cuando te conocí acababa de matar a mi esposa. Preferí quemar y enterrar mi corazón a seguir amando a esa mujer con celos que me quitaba los deseos de serle fiel. Fuiste la compañía oportuna para mis noches de locura.


Esa misma noche nos fuimos a tu cama pero no sentí nada. Comprendí que lo único bueno de mi esposa era que sabía hacerlo como una diosa. Algo bueno le dejó todo el tiempo que sobrevivió intercambiando caricias por amores de mentiras.

Jamás me aprendí su nombre y el tuyo… comienzo a olvidarlo.


lunes, 23 de agosto de 2010

Intento de metapoesía de un advenedizo principiante (en respuesta a La dama enjaulada)

Metapoema enviado por el Ing. Xavier González en respuesta a La dama enjaulada:


Creo, mi querido amigo Daniel, que coincidiremos en que cada vez escribes mejor y te sientes más desahogado con tu pluma, aunque a veces tú mismo la usas para hacer sangrar aún más el estigma en las palmas de tus manos...

Te confieso que esto de la dama enjaulada, que me acabas de enviar, me hizo recordar la película del Cubo mientras imaginaba a esta ansiosa mujer revisando su jaula más evidente...

Vi, desde mi perspectiva, una sucesión interminable de jaulas que envolvían a la aparentemente única jaula de su matrimonio... Toda una mandala de laberintos con paredes color amarillo amargura, que cualquier monje tibetano vería desde lejos, aún sin el estímulo de tus ideas.

Vi en sucesión, la jaula de ser mujer en un mundo de hombres, la de su necesidad de “realizarse” que le inyectó una amiga feminista, envuelta en la de la sumisión que le construyó su madre y en la de la fe a ciegas que le diseñaron muy a propósito en la escuela y el catecismo.

Y luego vi la jaula de su ciudad grande, una jaula con barrotes de oro por su afán de tener “mayores oportunidades”, la jaula de la contaminación a la que todos los días contribuye con sus bolsas de plástico, perfectamente encajada en la jaula del consumismo que la mantiene en lucha eterna con todos los acreedores a su alcance... Luego, la jaula de la indiferencia a la tragedia humana a fuerza de ver y verse en el espejo de televisa, la jaula de la pobreza de su vecino de la cual tiene “pena ajena” sin darse cuenta que ella también está dentro, la jaula de la responsabilidad compartida por la homofobia cuyo cancerbero es un gordo pintado de púrpura que vomita bilis y corrupción en tu Guadalajara, envuelta en la de la pederastia que vigila un loco a quien le apodan algo así como “perberto”. Todas estas jaulas estaban inmersas otra inmensa jaula líquida que los globalifóbicos llaman perdición...

Luego comencé a pensar en el gigante que juega a las canicas con nuestro sistema solar, pero mejor le paré porque tengo que seguir ampliando mi jaulita digital con teclado y demás chunches, para poder respirar mejor... Y, siendo honesto, también lo hice por salud mental, pues ya empezaba a sentir el vaho de la dama enjaulada en esta habitación.

Pero, bueno, te puedo asegurar que efectivamente vi a esta pobre mujer tratando de encontrar la forma de salir de la jaula, sólo para encontrar que estaba en otra y otra. ¡Coño, qué desesperación!

Y, ¿para que te sigo contando? si tú ves más jaulas que yo, bien cómodo desde tu sillón privilegiado hecho a base de colillas, adrenalina y éter...

Ya nos contarás, estoy seguro, de tu aventura atravesando y construyendo jaulas... como ésta ‘sencillita’ -como diría el Beto-, que te acabo de regalar.

Xavier

sábado, 21 de agosto de 2010

La dama enjaulada



La dama enjaulada escribe poesía para enviarla a la mafia literaria. Sueña con ganar premios y llegar a ser una más en la cofradía de escritores que admira y acosa con total impertinencia.


Por las mañanas mientras prepara el desayuno o tiende la cama se imagina su salto a la fama. Rodeada de artistas haciéndole la corte, su rostro en la portada de revistas culturales y miles de entrevistas para los diarios.


La dama enjaulada trata de enamorar a sus ídolos con sus prosas y escritos. Tiene la firme intención de tener un lugar en su corazón. Sentirse querida y admirada por aquellos a quienes rinde tributo en su altar de madrugada.


Todas las noches, después de servirle la cena y el orgasmo a su esposo, se pone a platicar sus penas al insomnio.


La dama enjaulada quiere ser libre pero el matrimonio le tiene atada a las responsabilidades cotidianas de una mujer que obligaron a estar enamorada.


Prefirió enjaularse y cortar sus alas a seguir escuchando el eco de su almohada. La dama enjaulada cambió su libertad por una estabilidad hogareña que le da tanto tiempo libre para invertir en sueños y quimeras.


La dama enjaulada siempre está triste porque la vida que lleva no es la que desea. Escribe poesía para enviarla a la mafia literaria y un día ser reconocida por aquellos poetas que admira desde la infancia.


Mientras llega la fama la única batalla ganada fue contra las manchas de labial en las mangas de la casacade su esposo.


La dama enjaulada poco a poco se vuelve una mujer frustrada que escribe con tinta prestada cuentos absurdos que nunca le sirven de nada.

viernes, 20 de agosto de 2010

Anécdotas pánicas




Ayer:

Pinté en los muros de mi habitación el rostro de mi padre con sudor, sangre y semen. Escribí en el suelo todos los malos recuerdos y al terminar, incendié el recinto. Bailé y grité todo aquello que no había podido expresar, con respeto, al mayor de mis tormentos.

El fuego limpiaba esa rabia que había hecho de mis huesos un baluarte de oro para los lobos del desprecio.

Con las cenizas construí una paloma enorme que unté con panela para alimentar por un mes a las hormigas.



Hoy:

Fui a buscar a mi madre. Llevé un maniquí vestido con las prendas que ella usa cotidianamente y con el rostro enfermizo tal y como lo usaba cuando me engañaba diciendo que tenía una gemela asesina que podría devorarme si no me tomaba la medicina.

Le serví a mi madre una taza de café y un cigarrillo. Mientras ingería sus vicios favoritos yo comencé a reclamarle en la cara a su gemela de cera todo ese miedo que había depositado con suprema extravagancia en mi lejana infancia.

Cuando terminé de gritar destrocé a patadas a la madre postiza e incineré los restos. Coloqué la cera en un molde de corazón, la unté de miel y le regalé la mitad izquierda a mi madre y la otra a las abejas.

Al final:

Me fui a tomar un par de copas de vino con aquellos individuos que me dieron la vida y le quitaron al destino su mejor propina.

Los tres fuimos vestidos de pingüino.

miércoles, 18 de agosto de 2010

El último baile

Esta noche te serviré una copa de vino revuelta con veneno. Te diré que es un brindis por todos esos besos que aprendí a tu lado. Pondré una música adecuada y te pediré me concedas un último baile mientras el licor va haciendo lo adecuado.

Mientras la muerte se viste con tus huesos te recitaré un poema. Como aquella vez que te vi, vendiendo tu cuerpo por una miserable propina en aquel delicioso agujero.

Esta noche bailaremos como dos amantes mientras tu belleza se va perdiendo en el fiambre que usan los muertos para maquillar su tristeza.

Recuerdo a esa niña moribunda con los cabellos llenos de piojos que me imploraba la eternidad de mi sangre. Esa puta mulata, musa de piratas que me juró amor eterno sin saber el infierno que añoraba.

Ahora eres una mujer que no conozco y antes de odiarte con decoro prefiero matarte y perpetuar el recuerdo amoroso que tenía cuando no conocíamos la monotonía.

Esta noche te regalaré la muerte en mis brazos porque es lo único que puedo hacer para no dejar de amarte.

Cuando caigas sin vida te haré por última vez el amor y me iré a enterrarme en mi baúl antes que el sol me haga cenizas.

martes, 17 de agosto de 2010

Lo que habíamos pactado


Si tú pones el vino yo te lleno el pergamino de cuentos sin puntos ni comas. Una marea de prosapia literaria con acento en las sílabas pornográficas que aglutinan el carmín escarlata en tus mejillas.


Con música suave dejaremos que el alcohol incendie nuestra sangre y haga que la certeza se vaya lejos. Que el pudor sea visto con los catalejos de la picardía y la lengua desvista al deseo natural que anida entre dos seres del sexo opuesto.


Me verás perder la compostura y mejorar mis buenos modales mientras los voy perdiendo en los arrabales de una locura sin mesura.


Las horas irán vaciando vasos y llenando ceniceros. Quitarán el velo del miedo y pulirán ese coqueteo que guardas para los faunos que te roban los sueños y mojan tus dedos mientras te tocas frente a tus ángeles ciegos.


Beberemos el agua de fuego que reducirá a cenizas los complejos y seré tan bello como el lucero de la mañana y tú serás la princesa pagana que he besado en sueños.


Si apagas la luz nos iluminaremos con las estrellas. Brindaremos cada vez más cerca y nuestras manos rozarán con sutileza aquellas partes bellas que nuestros ojos lamen con respeto.


Los labios se aproximan queriendo perderse en un beso pero se detienen en el momento exacto para hacer de ese momento: algo perfecto.


Si cruzas las piernas yo prometo tocarlas de una forma tan sutil que me pedirás con los dientes que llegue más allá de los límites de tu falda.


Si me dices que tienes un sol derritiéndose entre tus piernas yo usaré mi lengua para limpiar esa lava ardiente.


Al final seremos dos extraños que rugen y rasguñan en una guerra clandestina donde el amor se lapida entre orgasmos elocuentes en cuerpos diferentes.


Cuando salga el sol te veré partir a los brazos de tu amado mientras yo comenzaré a escribir lo que habíamos pactado.

domingo, 15 de agosto de 2010

A veces



Cada noche, en la soledad interrumpida por la pornografía, el vino, la nicotina y la imaginación vuelvo a perder la virginidad con cada fantasía que cobra vida en el teatro clandestino bajo mis sábanas.

A veces quisiera enredarme en los pliegues de las faldas de todas las damas que vagan en las plazas de la ciudad. Jurarles una letanía de veneno narcisista mientras sus prendas se diluyen entre sílabas perfumadas y manos adiestradas en desnudar con la mirada. Regalarles una prosa efímera, una caricia clandestina y un nombre desechable para no encadenar sentimientos a los efluvios corporales.

A veces quisiera besar todos los labios, mordisquear todas las piernas, conocer todas las fauces vaginales y su manera de actuar ante las caricias interminables, seculares y seductoras de una lengua adiestrada en la danza libertina.

A veces quisiera ser el amante enamorado que desviste por primera vez ese cuerpo tan deseado y pierde junto a él los buenos modales que existen entre un caballero y una dama que nunca han conocido el lado grosero de una cama.

A veces quisiera acostarme con las mujeres ajenas, conocer los gruñidos de las damas de mis colegas, compartir las perversiones de las casadas, consolar a las viudas y divorciarme de las solteras.

Cada noche, en la soledad interrumpida por la pornografía, el vino, la nicotina y la imaginación me vuelvo un impertinente de lo peor. Tan detestable que no dudo en autocelebrarme con el recuerdo de mi madre.

Al final, vencido por el sueño cierro el telón de mi teatro de cama y me duermo entre la ovación de jadeos poéticos y sábanas manchadas.