martes, 29 de abril de 2008

Ruego onírico (protección paternalista) con las alas plegadas y de cabeza sobre tu cabeza.



Destiérrame de las aguas negras y suplícale al santo - y a su cabrón dragón- roer mis huesos toda la madrugada derramada de luna llena.

Escupe mi decapitada cabeza y dale de comer a los perros.
Besa afanosamente la imagen detrás del espejo,
sumérgete en los senos del vino más añejo.

Abraza tu corazón y exprímelo hasta que por favor, dulce amor mío te mueras.
Con tu espada de huesos, me cortabas las patas de tarántula.
Mil colores /mil ojos.
Te lanzaba improperios y te enmarañaba en la miel más rasposa que tu cuerpo desnudo haya sentido jamás.
Teje con el semen de naciones perdidas una cama
donde duerman mis heridas.
Educa a las alimañas para que canten las coplas del demonio volador que vomitaba y te violaba por las noches hasta que tu boca reventaba preguntando su nombre.

Y el eco te respondía diciendo: Asmodeo.
Coge una almohada, vida mía,
y enseñame lo que es morir
sola y olvidada.


Vieja carta a la vieja Tizigua.

La espuma y miel ya se la bebió el gusano clandestino.

Aquel que sólo dejó vísceras y cruentas lágrimas en sus respectivos relicarios oculares, en sus respectivas flores fecales, en las féminas sin alas con venenos letales.

Hoy leí de nuevo ese escrito y recordé las aguas frescas de la insoluble soledad
-grandiosa y mágica soledad- esa balada es la reseña perfecta de la inmisericorde realidad.

En tres días de sueño incompleto recordé tanto y decidí morirme en año bisiesto.

En la completa agonía. Asfixiado por las musas y las sílfides que han hecho de mi tintero el licor amargo, el más venenoso, el más funesto.

Las que han coleccionado espinas de papel, sueños de oropel, cruces de hierro, sangre en los pies, alas de fuego, heridas en la piel, lamentos, miserias, lástimas, llantos, gritos, resacas, pasos, muertes, venganzas, esquinas, calles, lunas, noches, estrellas, veneno, canciones, agujas en las venas, cola en los pulmones, aceites de adormidera, ilusiones, viajes, tatuajes, heridas, duendes, ascos, sábanas y cigarros, vino en la azotea, lengua en la chimenea, besos, caricias escuetas, brazos lerdos, anginas chamuscadas, sudores fríos, arenas, papeles, poemas, metáforas, arabescos en las plumas, humo en la cuintura, esculturas, tótems, literatura...

Las que han coleccionado una piedra caliza por cada canción poética a las afueras del balcón en noche de luna llena.

3 días, una cerveza y muchos cigarros decapitados en su propia selva de ceniza...

3 días en 3 horas y en 3 versos de miel.

Mis sueños han mermado, por que el diablo se marchó al sótano que usa cuando no me da el don de la visión engorrosa y no tan borrosa.

Sin emabrgo, el estado de alerta está perpetuo en el fondo oculto de mi paranoia, y la llave que abre mi corazón colgada en el pecho de la ninfa María.

Siendo ella me preocupé de sacar mil duplicados.

Arañas...

¿Sabrá usted por qué me aterran?

Una vez, una de ellas, me habló tejiendo, y mostró algo que jamás debí conocer y que derrumbó aquella babel de entonces.

En el techo me hablaban y tejen verdades.

¡Maldito de mi que las entiende!

No quiero que hablen de nuevo, no quiero verlas tejiéndome alertas, no quiero estar en deuda con esas perversas.

Borracho y tirado en la noche sin una luz que abrace mi espalda. Balbuceo versos de Lautremont, y busco grietas uniformes en el suelo, buscando el indicio de un picaporte que me conduzca al mundo donde mueren las hadas embarazadas.

De nuevo escurriendo palabras en donde no encuentran eco, donde parecen tan extrañas, entre cantos mundanos y oraciones de arcilla maleada.

Los lamentos se digieren en soledad, con un vaso de saliva y unas gotas de sudor.

Reverencias, las de siempre. Y la simpleza no es más que la carta de presentación de un etcétera cualquiera.

El As prohibido en la manga del destino.