viernes, 28 de agosto de 2009

Sugerencia.

"Cuentos de cuna para novias cualquiera"
Son historias para antes de dormir.
Preferentemente para damas.

Recomiendo leerlas escuchando música clásica y de preferencia desnudas sobre su cama.

Alorgasmia satánica


Las pequeñas faldas desconocían de sutileza cuando se le ocurría cruzar las piernas dejando ver unas bragas con encajes demasiado incitantes.

Escuchaba rock ´n´ roll, leía a Benedetti, le gustaba estar desnuda en su habitación y era amante de las fotos de penes en estado de erección.

Era novia de Lucifer pero flirteaba con Lucio Fernando.

Ella tenía dieciocho y él un dos antes del ocho.

Ella era la fantasía erótica de todo profesor y él se había convertido en el escape de la rutina femenina.


Él


Lucio Fernando sentía las gotas de la regadera y cerraba los ojos pensando que era ella quien se escurría por su cuerpo, que era ella esa suave caricia tibia que le escurría por el miembro henchido de sentimiento acumulado.

Mientras el jabón recorría su cuerpo delgado imaginaba que eran los pechos desnudos y lubricados de Karina que le acariciaban su nueva piel.

La recordaba con sus minifaldas de colegiala y esas piernas blancas que tan a menudo le mostraba cuando él trataba de explicar encuadres o la importancia de la regla de tercios.

¿Quién piensa en esa mierda simétrica cuando hay un par de ojos verdes, una sonrisa cochina, un par de placeres entre un escote sin recato y un par de muslos blancos bajo un burdo intento de uniforme?

Lucio Fernando se laceraba la erección pensando en la felación que esa niña sabía hacer.

La erección no toleró tanta fricción y sucumbió a la imaginación

Reventaba en una cantidad exagerada de tibia polución que escurría en sus piernas entre gotas de agua con jabón.

La moderada pero robusta erección sucumbía y la sangre amotinada volvía a su curso normal.


Ella


Paseaba por su cuarto desnuda leyendo a Milton y escuchando a los Rolling Stones.

Lucifer siempre de viaje y ocupado nunca le decía un:

“Qué bonita te ves”

A pesar de que a veces era la envidia de la misma luna.

Jamás le regalaba un piropo.

Se dormía 3 segundos después de inundarla de simiente satánica.

Pasaba la mayoría del tiempo sola. Lucifer se ausentaba mucho y nunca tenía tiempo para ella. Se conformaba con invocar su nombre acurrucada sobre su cama con su almohada entre sus piernas blancas.

Imaginaba que esa caricia de algodón era la mano de su amado que por fin había decidido acariciarla con ternura y amor. Apretaba las piernas y sentía como el algodón acariciaba sus partes y le entumía el cuerpo. Su interior comenzaba a quemar hasta que explotaba dejando una mancha cremosa sobre su almohada.



Entró al colegio.

Vio a Lucio Fernando.


Cabello largo y negro, pálido, con una vestimenta nada relevante y oscura, lentes a lo Lennon y una cámara Cannon colgada al cuello.

Horas después se enteró de que sería su profesor de fotografía periodística.

Ella vio como él florecía cuando la veía y supo lo que sentía.

Sonrió al reconocer esa mirada ligeramente satánica.

Por el abandono de su novio, por la autoestima derrotada y por la soledad del eco en sus palabras y por la emoción de esa aventura previamente pactada se entregó a su papel de colegiala.



La aventura

Fue entonces que comenzó el flirteo, fue entonces que comenzó el deseo.

Poco a poco se fue olvidando de Lucifer, perdió la costumbre de pasar horas viendo al celular esperando una llamada o un mensaje, olvidó cómo florecer cuando lo veía conectado por internet, olvidó reclamarle las tonterías de novia celosa para después terminar convenciéndose que la tonta era ella.

Los piropos que Lucifer nunca le dio, los oídos que nunca le prestó, los comentarios mimosos de los que tanto se mofó, el tiempo y la atención que no le regaló…

Todo lo conoció con Lucio Fernando.

Comenzó a piropearla como todo un don Juan y ella no paraba de mostrarle un par de pálidas tentaciones bajo un escote morado. Sus peinados excéntricos y su actitud rebelde eran el aliciente para que invirtiera miles de cartas y palabras obscenas por el messenger.

Fue en el primer sábado de primavera cuando las manos de Lucio Fernando exploraban bajo sus faldas y le bajaban con lentitud las bragas.

Se le ponía la carne de gallina.

Le quitó las calcetas y le dejó los pies desnudos y los recubrió con tiernos besos que le acalambraban el cuerpo con sensaciones que nunca había imaginado que existían.

Su cuerpo comenzó a convulsionarse de nervios y placer.

Tenía los pies más hermosos del mundo y Lucio Fernando sabía cómo acariciarlos, sabía cómo besarlos y cómo usar la lengua en sus dedos rosados de uñas perfectas.

Mientras él estaba arrodillado besándole los pies y acariciando sus piernas ella se quitó la blusa y dejó en libertad a sus pechos que florecieron y brillaron dentro del cuarto de revelado del colegio.

Sentía que su cuerpo iba a estallar, de su vientre manaba una cantidad increíble de lava ardiente.

Agarró de los cabellos a Fernando y lo aprisionó para devorarle la boca en un beso.

Le quitó la camisa y enterró sus uñas sobre su pecho y le dejaba marcas moradas sobre el cuello.

Con una prisa voraz terminó de desnudarlo y comenzó a acariciar con ferocidad el miembro gordo que tenía rígido como un cuerno entre las piernas.

Tenía tantas ganas de arrancárselo y llevarlo consigo siempre de guardarlo bajo su almohada de devorarlo, de tenerlo entre sus piernas para siempre.

Lo mordisqueó con pasión y lo trituró entre sus manos.

Cogiéndolo de las caderas lo aprisionó, abrió sus piernas y ella misma enterró su miembro hasta sentirlo más allá del límite de lo profundo.

No pudo suprimir el grito…

Aulló más fuerte que los lobos.

Lucio Fernando poco a poco cobró el cuerpo de Lucifer y Karina la veía extasiada a través de sus ojos verdes.

-¡Imposible que no nos hayan escuchado!

Lucifer le beso cariñosamente los labios.

-No te preocupes, a veces no es tan malo ser el diablo.

Ella sonrió.

-No es tan malo jugar a ser extraños.



miércoles, 26 de agosto de 2009

Tattoo you

Sentía como sus labios eran llevados con tierna pasión por los suyos, sentía como sus dientes hacían una pequeña presión sobre su boca y como su lengua bailaba con arrogancia y maestría sobre la suya.

Le encantaba sentir como su barba le raspaba el rostro, sentía cosquilleos y hacía que se le durmieran los pies y le temblaran las piernas.

Él no era guapo, pero su personalidad atraía a cualquier fulana en especial a “las locas” y a las profanas.

Cuando lo vio en aquella cafetería extraña, entre humo de café, un trozo de pastel y un libro de Pablo Neruda supo que aquel hombre sería el siguiente en ver el tatuaje de iguanas que tenía en su vientre.

Un hola y una sonrisa boba marcaron la diferencia entre el hubiera y el incógnito.

Un par de semanas bastaron para que se robara sus labios.

Sentía como sus manos varoniles se aferraban a su cuello y su respiración perdía la cordura. Las mordidas se convertían en una deliciosa tortura.

Los veinticinco peluches que dormitaban en su cama eran los únicos testigos de la escena romántica.

Con el cuerpo endeble y gruñendo de excitación le quitó la camisa dejando su pecho descubierto dejando relegada a la absurda imaginación.

Tenía los vellos exactos para considerarlo perfecto.

Ella se dejó liberar con sutil impertinencia de la delgada blusa morada.

No usaba sostén.

El Romeo aquel aprisionó entre sus manos el par de pequeños senos que luchaban por tener un lugar en el espacio.

Ella le mordió el pecho y recorrió con la lengua su cuello hasta enterrarla en su boca.

Cuando le quiso bajar la falda ella opuso una pequeña resistencia y con felina destreza se las arregló para bajarle los pantalones y observar un bulto promedio que parecía monstruoso gracias al efecto de esos interiores graciosos.

Los interiores se deslizaron al suelo.
Sus labios fueron penetrados muy lentamente por aquel enhiesto miembro de belleza peculiar.

Sintió como palpitaba cada vez más fuerte e iba floreciendo envuelto entre su lengua.

La tomó de los cabellos y la arrojó sobre la cama.

Ella estaba completamente extasiada relamiéndose los labios el sabor a sexo que aún conservaban.

El galán le bajó la falda en un solo movimiento y la tuvo desnuda sobre las cobijas.

Tenía los pies hermosos, las piernas largas y una erección monstruosa brotándole de la entrepierna.

Su erección era mucho más grande y rolliza que la de su acompañante.

Pero eso no parecía importante.

Anonadado lanzó una maldición estridente y señaló con furia a su vientre.

“¡Detesto los putos tatuajes!”

Ella sonrió tapándose el vientre con una almohada.

martes, 25 de agosto de 2009

La breve historia de un amigo que amaba a su amiga

Marianela callada, introvertida y pervertida.
Lescieur extrovertido, risueño y divertido.
Ella le dio su contraseña de correo electrónico a él.
Él se encargaba de asustar a sus pretendientes por internet.
Ambos sabían que se gustaban pero nadie nunca dijo nada.
Peleaban todo el tiempo con las ganas que se tienen un hombre y una mujer.
Se prodigaban el amor disfrazado de hiel.


Marianela escribía en su libreta versos románticos para Lescieur.
Ella nunca le dijo que eran para él.
Lescieur musicalizaba las palabras de Marianela.
Sin decirle que la música la compuso pensando todo el tiempo en ella.


Ella leía todo el tiempo en un rincón de su habitación.
Él caminaba descalzo recolectando florecillas que nunca le dio.


Marianela prefería una tarde de helado con él a una tarde a lado de su enamorado.
Lescieur mentía a Sofía para ir a ver el nuevo dibujo que Marianela le tenía preparado.


Marianela lastimó muchos corazones queriendo que fueran él.
Lescieur murió de cáncer sin decirle que su vida la tenía consagrada a ella.


Marianela vivió de mal humor por el resto de su vida.
Lescieur se pudrió en silencio bajo tierra sin su querida.

Sabía todo sobre él

Ella se había convertido en su sombra. Lo seguía a todas partes y se relacionaba con la gente que tenía contacto con él.

Él, leía con gafas oscuras un párrafo de su nueva novela en el auditorio aquel adornado con velas y calaveras de papel.

Era un poeta de verso maldito y ella su más ferviente admiradora.

Sentía que era su creación, que había salido de sus manos, de su saliva, de su simiente, de su imaginación.

Mientras lo veía mover los labios y escuchaba su voz, sus piernas perdían coherencia y sus senos se hinchaban desbordándose sobre su escote.

Sentía el frío del revolver que tenía oculto bajo su falda.

Su historia era extraña.

En la universidad se tiraba bajo la sombra de algún árbol a leer sus novelas e imaginaba que era él quien le susurraba las palabras en el oído.

En el techo tenía fotos de su adorado que recortaba de las revistas. Por la noche se desnudaba y con ayuda de su prótesis fálica imaginaba que era él quien le follaba mientras recitaba entre gemidos algunas de sus palabras.

Le enviaba diversos correos electrónicos a su esposa con distintas personalidades y nombres de hombre.

Quería lograr que ella coqueteara con alguno de sus alter ego para luego exhibirla como una mujerzuela cualquiera.

Ella quería ser la que ocupara el otro lado de su cama.

Buscaba chicos con características físicas similares a él para entablar relaciones amorosas.

Con uno de ellos duró 2 años (canas al aire aparte) hasta que el caballero en cuestión se dio cuenta que en todo ese tiempo ella había logrado (con mucha sutileza y emoción) convertirlo en un modelo a escala de aquel autor de quien tanto hablaba.

Tiempo.

Ella sentía mariposas en el estómago mientras él leía con esa voz oscura los ecos de su imaginación oculta en huesos.

Su sonrisa se vio mermada cuando detrás de la cortina vio a la musa de su poeta.

Metió la mano bajo su falda.

El contacto con sus dedos fríos le hizo sentir un cosquilleo peculiar. Recorrió en círculos su muslo hasta que llegó a acariciar el revólver que había sacado del cajón de su hermano el cazador.

La velada terminó con un punto y aparte y una lúdica reverencia supina.

Ella se quedó sentada absorbiendo el olor de su sexo impregnado en su índice izquierdo, observando la risa de aquella dama vestida de negro que aplaudía con una enorme sonrisa sentada al otro lado de la cortina.

lunes, 24 de agosto de 2009

Voten ¡Es una orden!


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Sentada frente a su venta

Tenía el rímel corrido sobre sus mejillas morenas, sentía los ojos hinchados y la boca seca.

Su reflejo le gritaba que su vida se había convertido en la súplica de cariño más indiscreta.

Sufría ataques de ansiedad que ni rivotriles ni diazepanes sabían controlar.

Únicamente el sigilo de una navaja sobre sus brazos le hacía respirar.

De pequeña se acostumbró a no tener amigas por ser demasiado aburridas. Se juntaba con varones que a su debido tiempo solo la usaron para gastar su último par de condones.

De los quince a los dieciocho tuvo más novios que sonrisas de los dieciocho en adelante una colección de lágrimas y mocos enfermiza.

Se pasaba las noches de insomnio viendo al techo. Rogándole al lado vació de su cama por alguna caricia sincera.

Aunque fuera profana y supiera a miseria.

Su vida social se desarrollaba en las redes de internet donde coqueteaba con anónimos y se desnudaba ante la cámara por el hecho de sentirse un tanto deseada.

Gustaba ver a los fulanos con una erección que ella misma moldeaba con obscena discreción.

Llegó a conocer a varios.

Iban al parque, comían una nieve, intercambiaban gustos musicales y luego se desconocían bajo las sábanas de los hoteles.

Muchas veces vestida de sudor y saliva corría al baño a vomitar por el asco de ser penetrada con tan peculiar facilidad.

Perdió la virginidad cuando aún tenía el cuerpo de niña.

Su alma se detuvo en ese instante y buscaba en cada cuerpo desnudo la madurez que había perdido por abdicar a su inocencia con aquel extraño que conoció en su recital de piano.

Aquel que amaba y sobretodo odiaba, aquel que le había abierto las piernas el día de muertos.

Se entregó a él por el simple hecho de llevar el cabello largo y la camisa más abierta de lo necesario.

Malditas hormonas.

Después de él su cuerpo fue la estafeta que pasó por la mano de miles más.

En cada cuerpo de hombre trataba de apuñalar a la niña que vivía eternamente en su cuerpo de 23.

Tantos errores en tan poco tiempo.

El rímel manchaba su blusa con goterones negros mientras veía a través de su ventana a un chico que jugaba cariñosamente con los rizos de su amada.

Ese mismo chico que un día le jugaba de la misma manera los cabellos negros con tanta ternura.

Mucho antes que ella lo engañara con su hermano en su propia cama.

domingo, 23 de agosto de 2009

Inferna


Se despertó desnuda muy temprano por la mañana, sólo sus tatuajes, la sangre de su vientre y los restos rugosos de semen cubrían su piel.
Sus ojos celestes estaban sumergidos en la resaca de un mal sueño, tenía los pies helados y el lado izquierdo de su cama tenía dueño.
Un fulano durmiendo con ridículos calcetines infantiles y una eterna erección nocturna.
En su piel aún se veían las heridas que ella le había construido con feroces gruñidos mientras aquel extraño le hacía sangrar el útero con el cuerno de piel morena que blandía entre sus piernas.
Ella no buscaba relaciones placenteras.
Buscaba el dolor que le daban los miembros grandes, las heridas y la sangre.
No era masoquista, no sentía placer, quería castigarse por ser mujer.
Era tan hermosa que había sido cortejada por el Diablo y violada por los ángeles que vivían en la cúpula de San Rafael.
Era tan hermosa que el arcángel Gabriel le había pedido ser la puta más fina del cielo y ser la reina absoluta de su burdel.
Pero ella sólo quería terminar su carrera en periodismo, tener un pene y aprender a violar a la mujer.
Se levantó sigilosamente sintiendo las puñaladas de su vientre.
Se dirigió a su ropero y de una caja de zapatos sacó una daga con mango de hueso.
Se plantó frente a su compañero de cama, metió unos dedos en su vagina y los sacó empapados de sangre.
Su sangre sabía a semen.
Enfureció.
Cuando el sol hizo aparición, sobre su viejo colchón estaba un deportista mutilado, no tenía ojos, no tenía lengua, no tenía testículos y su pene estaba sumergido en su garganta.
Cuando el sol cedió a la luna ella estaba en un Starbucks dejándole una nota con labial al mesero que la había atendido.

sábado, 22 de agosto de 2009

Con Forensic en San Sebastián

Una pareja grotesca en una tarde soleada.

Al siguiente día planeaba irse pero Satán hizo que no hubieran boletos hasta próximo aviso.

Tu no me A...

De Irene



Gracias a Irene por tan peculiar obsequio Saboriano y por las galletas en forma de estrella tan suculentas.
Ahora el dibujo vive en las paredes de Timonelbar.

Abrazos.



D.



Gracias





A tod@s l@s que me han maldecido por no haber escrito en tanto tiempo e impulsarme a seguir llenando el blog con crónicas de la vida real.


Gracias por exigirme.


Abrazos con ojo Remy.
Más suyo que del espejo.
Daniel Saborío




¿A qué sabe el amor?


Pinky Rosita creció a lado de Joaquín, eran amigos desde que flotaban en el útero de sus madres.
En la secundaria Pinky había sufrido el primer derrumbe de un amor no correspondido, su novio era un músico jodido que había preñado a la más santa del salón.
Que también, era la más fea.
En secundaria Joaquín se encontraba con la lengua colgada entre la erección de Nicanor.
Descubrió que el semen se bebe y no se desperdicia en cuerpo de mujer.
Ambos se cuidaban y podían pasar las horas tirados en la cama platicando sobre lo inútil de ser humano en un mundo de fantasmas.
Él era gay antes de nacer y Pinky con tanto problema en su casa quería ser tan ruda como los hombres aunque era una ferviente admiradora de los miembros masculinos. Todas las noches imaginaba que uno de ellos la partía en dos dejándola con lágrimas de alegría en su habitación.
Joaquín era el más extrovertido, en la prepa ya iba a los bares de maricones a ligar y a tener todo tipo de experiencias extrasensoriales. A sus 17 años ya había pillado una cantidad honorable de ladillas y se había metido algunos gramos de cocaína.
Pinky se la pasaba frente a su ordenador o dibujando en un cuaderno escenas sexuales que veía en las películas pornográficas que descargaba.
Joaquín al ver la soledad en que se encontraba Pinky comenzó a llevarla a sus salidas nocturnas y fue asi como conoció un mundo diferente, el mundo de “ambiente”.
Ella tan voluble comenzó a sentirse parte de ese mundo desconocido. La primera noche que estuvo por ahí bebió suficiente tequila e inhaló una buena cantidad de cocaína.
Se obnubiló al ver a dos chicos jugando con el bulto que tenían en su pantalón mientras sus lenguas hacían guerras de saliva. Sintió tal excitación que perdió los estribos y por poco se entrega a las caricias de una fulana obesa que le veía como un halcón a su presa.
Joaquín estaba sin pantalones en un rincón con la mente perdida. Había una cola de rostros enfermos que se arrodillaban ante él para disfrutar de su erección robada.
Al día siguiente vómito con resaca y una emoción filosa en el alma de Pinky Rosa. El mundo homosexual era para ella la poesía en prosa.
Todos os fines de semana eran fiestas underground con música electrónica y diversas drogas para aguantarla.
Pinky era feliz entre los cuerpos borrachos, con los chicos que comenzaban a tocarse en público. Se sentaba como espectadora mientras su entrepierna se convertía en grifo roto que le bañaba las piernas.
Joaquín en la universidad vivía para el sexo y la cocaína.
Pinky en la universidad era el fenómeno de su clase. Su baja autoestima le impulsaba a hacerse notar diciendo tonterías.
Tenía un par de novios:
Un zángano que apenas se aparecía por la escuela y un profesor de matemáticas que la usaba cuando su esposa se rehusaba. Como premio le daba una cajita de bombones y prendas íntimas que debía usar en el próximo encuentro en su departamento.
Joaquín convencía a Pinky que tal o cual fulano que la cortejaban eran de lo más mundano. Que ella merecía algo extraordinario. Y Fue así que ella dejó pasar a muchos admiradores que le dejaban anónimos bajo su puerta, convencida por los comentarios sabios de su amigo de años.
Joaquín era para Pinky como un hermano que lo sabía todo, como alguien que sabía vivir la vida y que por tanta experiencia libertina tenía la razón en casi todo lo que le decía.
Curiosamente él dejaba que la pretendieran los gangsters del bajo mundo.
Joaquín vendía a Pinky por cocaína y ella no lo sabía. Pensaba que los pretendientes que él le buscaba eran los ideales para ser popular y divina.
Por las noches, masturbación con las fotos de homosexuales y un cigarrillo de despedida. Por la mañana escuela aburrida y por la tarde clases de ortografía.
Cuando no estaba con un yonqui o con su jadeante profesor de matemáticas estaba en el rincón de su cama escribiendo poemas eróticos que nunca mostraba.
¿A qué sabe el amor?
Se preguntaba llorándole secretos a su almohada.
Malhumorada se pasaba los días y contaba los días para el fin de semana. Le gustaba quedar completamente intoxicada en algún bar de lesbianas aunque al despertar estuviera entre las sábanas de alguna mujer extraña.
¿A qué sabe el amor?
Estaba harta de escuchar las historias maricas de Joaquín.
¿A qué sabe el amor?
Era un cuerpo muerto que habría las piernas bajo el grasoso cuerpo de su profesor.
¿A qué sabe el amor?
Dejaba la almohada bañada de lágrimas después de haber sido penetrada por algún “amigo” de Joaquín.
¿A qué sabe el amor?
Veía a los chicos que la pretendían llevar una vida feliz con otras chicas que sí los aceptaban.
¿A qué sabe el amor?
Recibía llamadas anónimas para ir a levantar a Joaquín en alguna puta dirección lejana. Lo encontraba desnudo y violado con kilos de droga en el organismo.
¿A qué sabe el amor?
Llenaba libretas con letras repletas de furia.
¿A qué sabe el amor?
Un día vio a su padre en el coche de uno de los novios de Joaquín.
¿A qué sabe el amor?
Su madre no la quería.
¿A qué sabe el amor?
Descubrió que sus amigos la querían para jugar con ella en la cama.
¿A qué sabe el amor?
A miedo le respondió el tiempo.
Se alejó de la vida que llevaba, se cambió de ciudad para poder terminar la universidad.
Aún se masturbaba con escenas de chicos entre las sábanas, aún fumaba uno que otro porro por las noches, aún bebía un par de cervezas en bares de “ambiente” pero todo era de forma moderada.
No se volvió lesbiana pero no podía entablar una relación sana con los chicos, había quedado demasiado dañada.
El único novio que pudo soportar sus ataques de personalidad murió en una marcha de fines políticos.
Antes de irse habían discutido y ella le había azotado la puerta en la cara gritándole lo feliz que sería si de pronto el se borrara del mapa.
¿A qué sabe el amor?
A tequila, sexo y marihuana.
¿A qué sabe el amor?
Pinky a sus cuarenta años aún desconocía la respuesta.