martes, 20 de mayo de 2008

Tengo un corazón

Tengo un corazón que no sabe regalar rosas en días de fiesta, cantar en serenatas o agarrarte de la mano cuando camina a tu lado. Se asusta con los llantos prolongados y se estresa con los celos exagerados.

Es un viejo aprendiz de profeta que no sale de su cueva sino es luna llena, con el cobijo de una pantera y el canto de las azucenas que sembraste en tus labios de niña buena.

Siempre camina solo aunque parezca acompañado; no regala abrazos por mayoreo ni se acuerda de pagar el peaje por los besos enamorados.

Habla solo, lee, se emborracha, fuma como un endemoniado, escribe cuentos por las noches, canciones en la madrugada y siempre quiso aprender a tocar el piano.

Tiene ataques de paranoia, miedo a la derrota, asco a la tauromaquia, amor a la noche, suspiros, castañas y miedo a las arañas.

Cuando se aburre de usar las mismas artimañas, se pone una capa almidonada y se mete en los callejones vestido de enamorado. Brinda con vino tinto con alguna fulana y le jura amor eterno al menos hasta la madrugada.

Tengo un señor corazón que esconde su pasión detrás una carpa mestiza, habla poco y pregunta mucho.

Lejos están aquellas armonías urbanas en las que guardaba -en cada respiro- el nombre de aquella señorita que escribía con letra bonita y pagana el “Vete al carajo” en un lienzo plagado de gestos.

Tengo un corazón, cansado de haber visto todo sin salir de viaje a los suburbios de la mentira. Con toda una mitología de promesas vacías que le han pintado las faldas vecinas. Ni flores ni rebujos, cariños ni poesía, que la época de la locura ha visto su atardecer detrás de la monotonía.

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