jueves, 31 de julio de 2008

Marigold

He puesto un potaje de caléndula en el eco que han dejado tus pies desnudos en la adusta piel de mis escamas.

Ya no quiero pasarme las horas recordando la alquimia de tus cuentos de guerrera.

Me has crucificado a tu recuerdo, ave de mal agüero.

He soñado con esas veces que se te resbalaba el vestido por las piernas, cuando perdías la compostura en el viejo colchón y me pedías que olvidara que eras una dama.
Soñé que de tus manos nacían pájaros que volaban sobre mi cabeza y blandían pequeñas dialécticas de diosa terrenal. Canalla, sideral. Quisiera verte una vez más, para
volverte a odiar como alguna vez pretendí hacerlo.

Ya no quiero tener por la noche el sabor de tu ropa entre mis manos, pero…

¿Qué puedo hacer, si en cada encrucijada de lamentos aparece tu cuerpo desnudo de ornamentos?

Los fantasmas bajo mi cama saben guardar silencio y tomarse mis lágrimas.

(Se prende un cigarrillo)

Jamás creí admitir la derrota con tanta filosofía.

La caléndula surte efecto cuando todo parece ya tan perfecto.

Mi piel extraña el sudor de tu piel y los juegos de madrugada invocando a los muertos desde mi cama.

Donde quieran que estés, deseo (una vez más) perderte el respeto.

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