domingo, 15 de febrero de 2009

La pregunta

(Esta historia fue escrita por la querida Lilus y quiero compartirla con aquellos ojos con sed de mitologías)




Estimado lector las líneas que a continuación leerás son un esbozo de un hecho sin precedente que tuvo como escenario principal las calles de la antigua Balun Canan. De no haberlo vivido en carne propia, jamás me hubiese atrevido a importunarles con palabra alguna de aquel hecho que hasta el día de hoy me desconcierta al punto de no saber si todo lo vivido después ha sido un sueño. Y sin más preámbulos procederé a narrarle a usted, mi querido lector, lo acaecido esa noche de Noviembre.

La mañana de ese día se nos había escapado intentado encontrar un poblado que se escondía detrás de las montañas que rodean la Balun Canan, exhaustos por semejante proeza el Caballero Ledon y una servidora nos dispusimos a regresar a la civilización. Grande se torno la necesidad de matar el ansia con sorbos de vino que invocamos a nuestro demonio personal para que nos guiara al santuario de Baco, cuando en telepatías advertimos el llamado de aquel que debe ser guardado, era una invitación a la que no podíamos negarnos y de esta manera abrimos paso hasta su presencia; nos escurrimos por las calles que se tornaban grises, y así penetramos por una puerta de la cual colgaba un letrero que nos gritaba a la cara “Vida Disoluta”, allí, en el sitio a donde la luz se negaba a acompañarnos, allí mismo el capitán de un barco sin nombre nos esperaba paciente, con una sed increíble que solo sería saciada con un mar etílico. Se puso de pie, invitándonos a tomar asiento y de esta manera dio comienzo una de aquellas platicas tan comunes sobre hechos extraordinarios y no tan extraordinarios, como por ejemplo, la mutación de preciosas hadas en brujas, el avistamiento de Ninfas o el maldito canto de las sirenas, por lo general a estas conversaciones me mantenía callada, observando cada movimiento, interpretando todo gesto emitido. Al cabo de un par de horas e in contadas botellas, alguno de los presentes sugirió la “magnifica” idea de emprender la retirada, la cual fue tomada en su principio con negación y al final con resignación. Salimos de aquel templo pagano -dedicado a la veneración del alma del vino- aún de pie y en nuestros cinco sentidos, con cada paso dado confirmábamos nuestra asistencia a los funerales de la noche, revestidos de misterio, asechados por el delicioso sabor nocturno, mezclado de ese vaho espiritual que solo pertenece a los seres de nuestra clase, a esas desdichados criaturas errantes.

Raúl, el psicólogo de cabecera, se tambaleaba de aquí para allá, era incapaz de recordar en que consistía la hermenéutica Socrática, y yo que era la única que aparentemente conservaba intacta sus facultades, tanto suficiente como para guiarles hasta el hogar, cual Virgilio acompañando a
Dante al foso oscuro, seguía sus pasos como si en vez de tener un cuerpo mi ser solo estuviese dotado de una sombra taciturna. Alrededor de las cuatro de la mañana y después de intentos frustrados de suicidio (Valga la pena hacer mención que caminar en compañía de estos seres ya constituye en si una muerte prematura) llegamos al parque de San Sebastian, y allí acogidos por el frío, fue el lugar que El Mayor Saborió había seleccionado para referirnos una acotación mordaz sobre la cual me he volcado a reflexiones durante mis momentos de ocio, rompió pues el silencio y le oímos decir de súbito golpe “Al emerger el crepúsculo matutino hay un minuto en que las aves guardan silencio. En ese instante ellas pueden contestar a cualquier pregunta formulada” No podíamos creer semejante cosa y nos botamos a la carcajada, creo que el también lo hizo, seguros estábamos que el alcohol le había trastornado hasta el punto de volverlo además de poeta, truhán, bribón y fanfarrón en un mitómano de primera.

Seguimos pues avanzando, aun nos quedaban infiernos a los cuales descender y en breves minutos aquel comentario había sido olvidado de nuestra reminiscencia ambulante.
Uno a uno fue hallando consuelo al duelo nocturno en el lecho del hogar, hasta que solo quedamos El Mayor Saborío y yo. Le acompañe hasta la entrada de su sepulcro personal; mi boca comenzó a balbucear palabras absurdas que no se coordinaban en nada con la razón, quizás era el poderosos preparado que había ingerido, quizás el sueño, quizás el amor, pero el no escucho (esta un poco sordo y además es tuerto) y al cerrar su portón de nuevo me halle sola, emprendí la retirada algo mortificada por la inoportuna desaparición de mi tan singular verborrea. Era tanta mi rabia que me fui desprendiendo de cada unos de mis fantasmas dejándolos olvidados en aquellas calles desvestidas de colores.

Nuevamente me halle en el parque de San Sebastian abatida, me recline en una banca fría, perdida en medio de una tormenta de reclamos, tanto así que no había notado que los Cuervo comenzaban a prepararse para un nuevo amanecer entre chillidos y aleteos, me había perdido en la inmensidad del firmamento y cuando baje la vista y regrese al mundo terrestre note que un bulto oscuro remontaba la colina y avanzaba con dirección mía, parecía que levitaba, un miedo me recorrió de pies a cabeza y al cabo de unos cuantos segundos pude distinguir claramente a aquella extraña criatura que tenía la apariencia de un hombre y sin embargo me sonreía como solo lo hace un demonio (Confirmado). Bruscamente apresuro la marcha y ferozmente me embistió, cogiéndome por el cuello con sus manos fría y elevando mi cuerpo unos centímetros por encima del suelo, apretaba tan fuertemente que escuche provenir de mis adentros un chasquido, seguramente mis huesos habían sucumbido ante la fuerza tirana, la criatura o bien demonio, del cual me apena mencionar, me pareció en tan exquisitamente deliciosa, me observaba a los ojos como quien observa un precioso juguete, y al no comprender como funciona le arroja bruscamente, me lanzó contra las puertas de la Iglesia y de esta manera perdí el conocimiento, dentro de aquel sopor ,en el que me halle de momento, escuche un jadeo y con toda la fuerza que logre reunir abrí los ojos por última vez en esa larga noche para ver como esa criatura infernal mordía vorazmente mis pechos, levanto la cabeza al notar que me hallaba de momento contemplando aquel espectáculo, y dejando el oficio emprendido se acerco hasta mi oído para recitarme las siguientes palabras “Háblame al morir el alba, Que tu voz sea la del sueño, Que tus manos sean la brisa, el invierno, Crucificado al libro en tu memoria. Ego Sum imperatus morteeeeeeeeeee” y me arranco de un beso, en el cual clavaba su dientes y manaba la sangre sobre nuestras ropas el último aliento. El silencio se hizo, inundo todo con su nítido espectro. Una gota de agua callo al suelo y recordé lo que Saborío había mencionado horas antes, más de entre el follaje de los árboles una multitud de voces al unísono prorrumpieron… “Nunca más” ¿Acaso era el mismo Poe que veía morir a Leonora? El sueño de los justos me tomo y me perdí entre sus pliegues.

Los asiduos feligreses que asisten al llamado matutino de misa me encontraron. No sé si eran los golpes o quizás algo que jamás lograre comprender, pero puedo jurarles que yo sentía quemar mi cuerpo en el preciso instante en el que el párroco del pueblo me introdujo en sus aposentos, haciéndome un debido interrogatorio ante las circunstancias tan extrañas en las que había aparecido.

Tiempo después todo tipo de personas me visitaron, algunos por pura curiosidad, otros más preocupados por mi estado de salud. Un mes después de tan afamado acontecimiento El Mayor Saborío se digno a visitarme, debo confesar que el fue el único en aquel tiempo que supo detalladamente lo acontecido después de nuestra despedida. Cuando hube finalizado el relato me pregunto algo intrigado que qué era aquello en lo que pensaba antes de que se escucharán aquellas voces decir “Nunca mas”, me entrego una mirada que se me antojo la más grande de las certezas y ninguno de los dos se atrevió a contestar.

Han transcurrido mas de setenta años, todos los que me acompañaron aquella noche ya han perecido a excepción claro, de él y mía. Yo sigo igual, sigo tal cual, quizás un poco más vieja y sin embargo mi cuerpo se halla tan perfectamente lozano.
Noche a noche camino por el viejo barrio, esperando una y otra vez su llegada, pero nada sucede, solo al morir el alba puedo oír esa carcajada diabólica que me estremece hasta la locura y automáticamente recuerdo la pregunta que me formulaba en el instante en que la criatura de mis sueños me estrujaba… ¿Acaso moriría?

Lilus RC

3 comentarios:

Anónimo dijo...

mmmmm.....cuantos recuerdos me trajo este relato...

salude de mi parte a la srita Lilus, y deposite en ella un beso de mi parte....


me ha gustado....

Anónimo dijo...

de mi parte en sus partes...cuantas partes inclui en tan breve comentario...

jesuuuuuuuuus

Alba Rendón-Huerta dijo...

Mr. Saborío, as usual, eligiendo lo mejor para sus paseantes.