viernes, 15 de mayo de 2009

De los cuentos de un niño que quería ser poeta (moscas y arañas)

Cuando era pequeño tenía el don de hablar con las moscas, se arremolinaban frente a mí y me coronaban la cabeza con sus cuerpos repletos de estiércol. Con ellas tuve el primer contacto con la muerte y la resurrección de los muertos.

¡Las moscas reviven con ceniza!

Se pasan su corta vida vagabundeando en estiércol y comida, saben más de la vida que los viejos poetas que dicen escribir poesía.

Cuando era pequeño quería casarme con una mosca y vivir enamorado una semana con ella que perder toda una vida enamorando a las divas que calzan huesos.

Las moscas son fieles, humanitarias, sensuales, extravagantes y su personalidad atrae sólo a las almas similares.

Depositaban larvas en mis cabellos que se transformaban en hadas que zumbaban mientras dormía. El zumbido de una mosca era una caja de secretos melódica que sabía encontrar las palabras idóneas para estimular los cuentos que quería contar, pero no podía.

¿Cómo se cuenta un cuento cuando no se sabe hablar y la escritura está limitada por los signos de toda una vida?

La infancia que me acompañó fue solitaria.

Únicamente tenía moscas e imaginación para combatir toda esa monotonía.

Fui creciendo y poco a poco olvidé el lenguaje de mis amadas, me transformé en lo que no quería y ahora, de viejo, comienzo a escuchar palabras perdidas que flotan en el ambiente de la madrugada.

Son como baladas, tristes, oscuras y poéticas.

No son las moscas, son las arañas.

Pero desde niño les he tenido mucho miedo, porque las veía devorarse una a una a todas mis amigas.

Se comían a las moscas y sólo dejaban una costra reseca que no tenía vida y que por más que le vertía la ceniza del cigarrillo de mi madre, ya no volvían.

¿Será que las arañas se devoran las almas de sus presas?

Fue entonces que decidí comérmelas de la misma forma despiadada en que ellas se comían a mis maestros insectos.

¡Quería recuperar sus almas!

Pero la sangre de las arañas se convirtió en mi sangre y con el paso del tiempo me fui volviendo parte de ese reino de sed y hambre.

Ahora, poco a poco voy entendiendo las palabras que murmuran las arañas en medio de sus telas.

¡Me da miedo pensar en cualquiera de ellas!

Ayer por la tarde una mosca se posó en la mesa y yo simulando ser el que era le tendí una trampa para devorar sin culpa sus carnes de reina.

Cuando era pequeño sabía cuidarme de las damas de ocho patas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

tal cual Renfield en aquel relato de Bram Stoker, devorandote los cuerpos, la sangre de aquellos pequeños seres; junto a sus etereas almas que de ninguna culpa deben ser exhimidas....

y por culpa de las arañas no quisiste pasar a visitarme en aquella bodega en la que solo me cubrían mis partes unos hilitos de seda y nada más...

ellas estaban escondidas, dicen ser vouyeristas y querían ver hasta donde podían llegar dos eternos amantes espirituales al encontrarse de forma carnal...

te quiero, y no vuelvo a dejarte comentario en un blog ajeno...porque luego me putamadrean aunque les confiese mi cariño tan sincero jajajajaja.......

besos malvados de esta eterna enamorada de tu alma....