Tus besos de lenguita azucarada
me afilan las palabras consonantes
y aprietan mi bragueta descarada
con sutiles rugidos disonantes.
Quisiera que me dieras la morada
de mirasol, hundida en el Eúfrates
de la pasión mundana, descarada
y bañada de vinos embriagantes.
Abre las alas blancas de tus muslos
y regálame el loto de cereza
que se moja las ganas con destreza.
Olvídate del suave manifiesto
de la ropa y cede tu pecado
desnudo con un grito enamorado.
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