Aquel viernes la luna se tiñó de sangre. Enorme, desnuda, tímida detrás de unas nubes que le maquillaban el rostro. Yo estaba sentado entre dimes y diretes con el viento frío que entumecía mis manos y cerraba mi garganta.
Luna roja, bestia beata. Mi corazón se columpia entre tus ristres menguantes y mis ojos se pierden en el pezón rojizo que embrida mis noches sumido en la melancolía.
Me cubro con la alpaca que permutan mis suspiros atrapados en una esquina llena de telarañas. La baraja se extiende sobre mi colchón y comienza con su orfeón de palabras tan duras como un sable. Entonces me corto el esternon y dejo que mi corazón se escurra sobre mis pequeñas cobijas.
Aquí donde las dejaste.
¿Dónde más?
¿Qué tan lejos es un par de noches?
Aún tenemos encuentros furtivos porque aún soy un fantasma en algunos de tus círculos. Aún me guardas bajo el telón de la duda, aún te cuesta mostrarme sin miedos. Aún soy clandestino para una parte de tu destino. Y no miento si te digo que jamás había sido un amante tan escondido.
¿Dónde están las melodías?
Aquí en las cuerdas de mi guitarra.
¿Dónde más?
Los fantasmas no bailan sin un titiritero que les mueva las manos, las sombras no existen sin una roca que tape al sol. Esos entes son juez y parte de un himen espiritual que cubre la entrada a tu corazón.
¿Por qué usar a los temores como alcahuetes,
ases bajo las faldas,
escudos inmorales para pintar retirada con guante blanco?
Hace un par de noches la Maribel con el corazón desnudo me acariciaba las mejillas y yo era el pobre diablo más feliz de toda la villa.
Aquel viernes la luna se tiñó de sangre y yo moría de frío por no tener el cálido abrigo de tus respiros.
¿Qué tan lejos es un par de noches…?
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