jueves, 8 de enero de 2009

Las crónicas anacrónicas del niño zombie

Lumpenefervescentes desesperados (Tell me the next whiskey bar…)

Atizapán - Bosques del lago – Cuatitlán.

Renault Clío plata dos mil y tantos. 100 Km por hora.

No sé cómo un simple mortal puede llegar a albergar tan mala suerte. Él juraba que era yo quien traía la peste del infortunio, pero yo estoy seguro que era Él con tanta negación y pensamientos negativos en su vida de camaleón.

Ni un puto bar estaba abierto, ya habíamos recorrido la mayor parte del catálogo mamarrachoetílico de Baquente y no dábamos con nada. Se mostraba desesperado, su ojo derecho ya comenzaba con una especie de tic infrahumano.

“Eres ave de mal agüero Saboríííííooooooo” (Léase el Saborío con actitud de reproche fresosalvaje).

Mientras decía eso negaba con la cabeza muy enfadado.

La corrosión y la desesperación ya hacían mella en su semblante extravagante y nada más escuchaba suspiros tristes cual rumiante atemorizado.

(Estación de rock clásico).

Cuando pasó Paint it black ambos enloquecimos y comenzamos a menear la cabeza de un lado para otro y en actitud poco simétrica. Ambos consideramos que Satán nuestro señor había enviado esa canción para darnos ánimos y decirnos que pronto lograríamos nuestro cometido. La euforia era tal que el velocímetro comenzó a enloquecer un poquito.

Creo que mientras este sujeto esta excitado (no necesariamente en lo sexual) comienza a perder la razón y conduce como un desquiciado.

Era tal nuestra euforia y devoción que a cada esquina parecía que encontrábamos el sitio idóneo para perder la razón.

(Cerrado. Un par de señoritas de paso pasadas de peso estaban reclinadas en la puerta
fumando).

Sería bueno mencionar que el oasis tan esperado cada vez se nos hacía más lejano.

Veía ir y venir coches desafiando la incertidumbre de la noche, casas viejas, abandonadas, puentes descompuestos, personajes extraños caminando solitarios, putas, putos, fantasmas, perros, una estatua de Pedro Infante, árboles y pavimento.

Mucho pavimento.

(Bajo el cristal y prendo un cigarrillo)

¡Hace un chingo de frío, ya apaga eso! (Voz de Baquente desesperada, le castañeaban los dientes).

Efectivamente había frío pero la nicotina es a veces más efectiva que un par de aspirinas.

(Una última calada y lo apagué aventándolo despiadadamente).

Baquente ya estaba desesperado y tenía sueño, pero su ánimo etílico lo hacía manejar como salvaje buscando cualquier lupanar.

Entre tanto desconcierto me di cuenta de algo…

Estaba manejando en círculos.

(Una hora y media de viaje).

Baquente ya era una especie de autómata etílico que pugnaba por llegar a su meta y yo no era precisamente la voz de la razón y la cordura, así que lo hostigaba para seguir adelante. Ya era muy noche y lo que habíamos bebido se nos había evaporado dejándonos sólo el cansancio y la promesa de un dolor de cabeza.

“Piénsalo, así como estamos nosotros (Lumpenefervescentes desesperados), así deben de haber por ahí un par de fulanitas. En cualquier momento vamos a calibrar al cosmos y vamos a encontrarlas de frente y correrán ríos de alcohol y fluidos” (Mi voz sonó aguardentosa y cansada, mi argumento era perdedor, pero ya no me quedaba nada coherente en la cabeza, me pesaban los ojos).

Mi colega volteó la cabeza y me contestó con algunas de sus frases clichés de negación que ya no puedo recordar. Quizá sólo balbuceó algo, no lo recuerdo bien. Lo cierto es que su complejo de barman algún día terminará intoxicándonos o en el peor de los casos matándonos. Esa noche habíamos bebido alguno de sus potajes (con alcohol corrosivo) y lo cierto es que cuando pasaba el efecto dejaba una sensación muy peculiar de cansancio cuasidesmayantedesesperante que no se la deseo ni a mis voyeuristas ni a mis detractores más petulantes.

De un momento a otro estábamos en la Comercial Mexicana, a tres cuadras de casa. Deprimido Baquente se bajó en un puesto de tacos a comer los restos que aún reposaban en aceite.

¡Qué frío!

Volvimos un tanto decepcionados pero a la vez aliviados de no encontrar más veneno para acabar con nuestros cuerpos. El consuelo fue que aún nos quedaba una botella de Tiburón y una magna fiesta en viernes para caer en los brazos de la depravación.

El subió a su casa corriendo cual conejillo asustado y yo me fui a casa de Kathrina a extender la colchoneta verde y el sleeping bag para caer en los brazos del maldito Morfeo, no sin antes saludar al pequeño Basilio, un pequeño cobaya histérico que me odia a muerte.

¿Cómo puede caber tanto odio en un cuerpecillo tan pequeño?

En fin, dice que me odia (Porque el cobaya habla, lo juro) porque me parezco al Che Guevara.

Madrugada... me colocó los audífonos y caigo profundamente dormido, no escucho cuando Kathrina se va a trabajar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

horrorosa maldicion etilica....



maravillosa narracion...lo dicho, tambien me gustas al natural