lunes, 12 de enero de 2009

Las crónicas anacrónicas del niño zombie




Caniche
“Canapito pito pito…”
-
Canción popular de Vaquillas.

La habitación de Kathrina 9:30 de la mañana…


No hay nada como despertar sobresaltado por alguna especie de sexto sentido mutante y extravagante que te dice:

“¡Levántate, un poodle está a punto de usar tu cabeza como váter!”

Abrí los ojos rápidamente y lo primero que vi fue un pequeño traserito (efectivamente de poodle) dispuesto a dejarme caer toda su maldad mañanera sobre la cabeza. Afortunadamente mis reflejos aún funcionan lo suficiente para rodar algunos centímetros y lograr escapar de la malévola y perfumada deposición que quedó sobre la colchoneta.

Luego de su acto matutino, Caniche se fue a la puerta y comenzó a golpearla con sus patitas delanteras.

Eso significa que quiere abandonar la habitación.

Le abrí y salió gallardo y arrogante cual Elvis Pelvis después de un concierto en Las Vegas destrozado por las pastillas y el exceso de excesos.

Fui a por un papel higiénico y levanté aquella pequeña masa olorosa y la llevé al baño a su sepulcro submarino.

15 minutos después…

Caniche había vuelto pero esta vez había llegado con el único propósito de dormitar un poco sobre los escombros acolchonados y térmicos del sleeping bag.

Cuando Kathrina me dijo que Él era como un pequeño duende del sueño no lo creí del todo, pero es muy cierto. Si se acuesta a tu lado inminentemente caerás dormido o en un sopor soñador cual poeta maldito en viaje de opio. Varias veces la vi sucumbir ante su magia pudulesca (en los viajes anteriores… en este casi no la vi, ya es una señorcita muy trabajadora que lucha por salir de lumpen) y ambos dormían cual angelitos satánicos sobre su cama con figuritas de Snoopy y del pelón de Charly Brown.

Caniche es un gentleman entre los suyos, gusta de comer azúcar en exceso, miccionar en todos los sitios posibles por extraños e inalcanzables que parezcan (¡El mundo entero es su mingitorio!), beber refresco de dieta, pelear con los Pompis, pelear con Baquente, las mentas navideñas, las galletas, intolerante a las albóndigas picosas y hacerle Anganga (onomatopeya de gruñidos canichescos) a Kathrina cuando le canta la famosísima canción: Mañemañemañemañe mañemañemañemañe.

Lo más extravagante es que habla y es de lo más divertido.

(Literalmente… habla).

Sarcástico, bribón, fanfarrón, altanero, interesado y mal hablado.

Todos hemos sido víctimas de Caniche alguna vez y otros somos sus víctimas crónicas (anacrónicas) constantes y sonantes. Recuerdo la ocasión en que escuché el grito aterrado y quejumbroso de Baquente desde la sala:

“Mamá, el caniche sólo vino a dejar su escargot en la cocina y salió huyendooooooo” (Voz llorica de niño de 6 años).

Lo cierto es que al pequeño poodle le había atacado la necesidad fisiológica secundaria y había decidido que los pies de Baquente eran el sitio ideal para depositar su furia intestinal quizá ocasionada por las ya mencionadas albóndigas malvadas o tal vez fue parte de alguna protesta silenciosa y cósmica que aún no llegamos a comprender.

¡Maldita sea nuestra condición de humanos!

Otro grito memorable:

“¡Mamá, caniche esta untando ojo en mi cobija!” (Voz de Kathrina severamente asustada por contraer alguna chinguiña mutante).

Caniche, Canaiche, Kana, Itze, Púdul, Sr. Is, Grizzly, Yosti, Yoster, Yostifer, Becker…

Tiene tantos nombres como demonios existen en el viejo testamento. Pero todos ellos sólo hacen referencia al buen amigo de la curda existencia que provee urea cual Prometeo cargado de fuego.

30 minutos después…

El buen amigo peludo y blanquecino como nube de primavera comenzó a rascar la puerta nuevamente, al parecer se había aburrido de dormitar y quería salir a buscar a su madre. Dejé el libro de Mafalda a un lado y me levanté para abrirle la puerta.

Salió huyendo.

Taka taka taka (Onomatopeya de sus uñas canichescas).

Cerré la puerta y me disponía a volver a echarme sobre mi tendido vagabundo cuando mi calcetín se humedeció misteriosamente…

En efecto, se fue victorioso una vez más dejándome un regalo oloroso, amarillentoverdoso.

No me importó, me eché sobre la colchoneta. Después de todo ya estaba acostumbrado a esos fluidos vejigosos y pudulescos. Únicamente me quité el calcetín y seguí leyendo el librillo verde de Mafalda. Siempre es una maravilla despertar en la habitación de Kathrina y poder leer una buena historieta de Garfield, Snoopy, Charly Brown o Mafalda.

¡Tiene cientos de ellos!

Basilio el cobaya masticaba furiosamente su casa de cartón.

Quizá era su manera de decirme:

“Vete al carajo “Che Guevara”, deja mis terruños libres de piojos comitecos”

Udd Udd (Sonidos de cobaya enojado).

Tac Tac (Sonido de cobaya usando su bebedero).

Toc Toc Toc Toc Toc Tooooc (alguien estaba tocando desesperadamente).

Era el clásico llamado Baquente que siempre acompaña con un silbido de lo más peculiar y jocoso de pajarillo volviendo a la vida. La noche anterior había prometido llevar menesteres alimenticios matutinos a la casa de su mamá para que comiéramos todos.

Ese día desayunamos suculencias culinarias de maese Lupillo.

¡Docto en el arte de la comida frita y condimentada!

Caniche obviamente estaba con nosotros en la mesa degustando su propia quesadilla de nopales mientras pensaba en quién o qué sería su próxima víctima urinaria.





1 comentario:

Anónimo dijo...

vaya con Caniche.....

Le pedire a Kath que me lo preste como semental para a ver si por fin le quitamos la inocencia a la Munga del Mal, la horrorifica French, "hija" de mi hermana, que le dio por imitar a Michael Jackson pero no le alcanzo el dinero para quitarse mas color de encima(nacio negra y 4 meses despues amanecio gris)...


sirve que creo un ejercito de Pooddles asesinos....y malvados como yo ;)