miércoles, 22 de julio de 2009

La vecina al otro lado de la ventana

Era la vecina de cuyo nombre no puedo acordarme. Tenía los ojos negros y su mirada se parecía al café que toman los sonámbulos por la madrugada.

El cabello tan oscuro como kilométrico se le escurría por los hombros trigueños.

Tenía 25 y estaba atrapada en un cuerpo de adolescente desarrollada.

Tenía la pinta de filósofa. Estudió un tiempo música en el conservatorio de Jalapa y se dedicaba a vender artilugios de esoterismo a unos pasos del edificio.

La veía todas las noches desde mi ventana.

Escribía por horas y a veces quemaba las hojas que no le parecían. Tocaba el oboe por un tiempo más allá de lo razonable. A veces lo tocaba fuera de su ventana y escandalizaba a las viejas horribles que vivían husmeando entre sus persianas.

Las mismas que me consideraban un vago horrible y degenerado tan sólo por la pinta de desarrapado.

Ambos carecíamos de cortinas. A veces ella se olvidaba y se desnudaba frente a mí y yo a veces me olvidaba y me cambiaba frente a su ventana.

Nos llevábamos bien con nuestra amistad sugerida, sin palabras. Ambos hacíamos lo posible para llamar la atención del otro y sólo una vez nos presentamos. Cuando nos sorprendió un terremoto y salimos a los pasillos por si el edificio se derrumbaba. Platicamos sobre nuestras filias y reímos de nuestras fobias.

Al otro día la timidez nos cubrió nuevamente la cara y apenas y nos saludamos.

Así pasaron los meses hasta que ambos tuvimos parejas y “las parejas” se molestaban de aquel fulano extraño que se paseaba en mangas de camisa por la madrugada escuchando música de mierda y de aquella “Putita” que se pasaba las horas escribiendo sin ropa.

Llegó el día en que debía mudarme. Mientras sacaba mis cosas ella estaba sentada con su novio en la puerta de su departamento acariciando a un perro sin pelo. En un descuido me entregó una hoja doblada con inusitada delicadeza.

El tiempo en ese edificio terminó y cuando cerré definitivamente la puerta ella estaba tocando su instrumento y su novio hablaba por teléfono en la ventana y aventaba la ceniza de su cigarrillo al viento.

Quise tocar y despedirme pero no pude.

¡Perdedor!

En la puerta del nuevo edificio estaba Nimbus un tanto alterada. Subimos al segundo piso, al nuevo departamento.

¡Que maravilloso!

Me encerré en el baño, prendí un cigarro y abrí la hoja.

La letra era muy bonita y la tinta olía a frambuesa:

Amigo que vive frente a mi ventana…

Sé que te irás sin decirme nada. Sé que te irás sin saber que tocaba el oboe especialmente para ti desde mi ventana. Por eso te entrego esta carta, ven a verme antes de que te vayas, dame una señal para saber si hay algo más que tus miradas emocionadas.
Si te vas sin decirme nada, sabré entender y te deseo lo mejor y te dedico la mejor de mis palabras.

Amigo de ventana compartida.

(Su nombre)

Cuando salí del baño un poco aturdido vi a Nimbus clavando una cortina en la ventana.

2 comentarios:

Malerige dijo...

me recordo a un viejo amor que el viento trajo ante mi en dias pasados....el vecino para el que me desvestia y para el que escribia....

amores de ventana....mmmm....que recuerdos!

tu eres un recuerdo ahora....hace tanto que pudimos charlar....y justo ahora que mas necesitaba de tus maravillosas burlas hacia mis problemas....

te extraño

Ericka
[con C porque asi lo decidiste]

Guarrita dijo...

Daniel!

Despareces...

creo que es por la llegada de tu amor, asi que solo por eso no hay problema jajajaja

Te extraño =)

no te olvides de mi, mi amado guarro

ah! si te llego mi foto? jijiji

Besos...