Bajo su cama tiene un libro de Almudena y una libreta vieja donde escribe cuentos extravagantes para su propia diversión. Le gusta la pornografía tanto como la geometría. Pasa la mitad del día pensando en tener intimidad con los guapos que ve pasar desde lo alto del balcón.
Oculta con elegancia el apetito carnal ante sus parientes que aún la ven como la nena que apenas ayer cantaba apretando los dientes.
No habla más de lo suficiente y su carácter varonil atrae a muchas mujeres pero ella prefiere evitar caer en esos placeres.
Bajó su piel tiene fuego que le quema en las madrugadas y busca el consuelo entre sus propias garras destrozando con los dientes a su almohada.
Se toma fotografías incitantes que reparte en sus hospicios virtuales buscando al galán que se anime a robarle la parte santa de su anatomía.
No hay nada mejor que ver a la soledad aconsejar al usurero de la nada y arrullar con su calma el hambre con prisa de las niñas que ya no buscan la realeza solamente aceptar su propia naturaleza.
No hay nada peor que guardar los deseos en el cajón de la apariencia y la introversión envileciendo todo con el cáncer del que calla más de lo que la salud reclama.
Bajo su cama guarda la libreta negra donde escribe conjuros de magia para el amor obligado pero al día de hoy sólo a los mosquitos ha enamorado.
Ella no busca romances televisados sólo busca a un galán que por lo menos tenga buenos modales y una simetría coherente de frente al espejo.
Con tanta desesperación y tomando en cuenta que los últimos serán los primeros, aquellos simpáticos feos van cobrando un brillo que sólo da la resignación.
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