III
Rebeca había llegado temprano con algunos víveres para ayudarle a doña Francisca a preparar una cena deliciosa. Ella había aprendido a cocinar viendo y ayudando a su nana. Estar ahí con las manos llenas de comida y en medio de olores deliciosos le hacía remontarse a su infancia.
Doña Francisca estaba contenta. Ver el resplandor es algo que esperaba desde hacía mucho tiempo. Tener sus facultades no era tarea fácil, muchas veces había deseado la muerte.
Rodolfo aún no llegaba.
En cada lugar al que iba siempre tenía a alguna dama esperando por él. Además de atractivo tenía una facilidad de palabra que ya la hubiesen querido muchos de los poetas de entonces.
Esa tarde había terminado de trabajar temprano y se había quedado con Rosalía, la hija de uno de los rancheros más importantes de la región.
Rodolfo se estaba vistiendo y ella comenzó a morderle el cuello.
-Quédate esta noche, por favor –le gruñó Rosalía- . Siento que tengo al diablo en el cuerpo, la lujuria no me deja en paz.
Rodolfo se acomodaba las botas. Estaba preocupado, ya se le había hecho muy tarde.
- Ya no puedo, mujer. Es muy tarde y tengo que ir a ver a mi nana.
-¿A la bruja?
Rodolfo se levantó con mucho ímpetu acomodándose el chaleco.
-No le digas así, pendeja.
Rosalía comenzó a retorcerse de risa entre sus sábanas.
-Vístete –masculló Rodolfo- el viento está muerto, puede hacerte daño.
-Más daño me hará quedarme sola. No me vayan a robar… a ver a dónde consigues a otra “pendeja”
Rosalía ahogó una risita coqueta en su almohada. En ese momento escuchó al caballo de Rodolfo alejarse velozmente.
-¡Pinche cabrón!
No le quedó más remedio que dormirse mal humorada.
Rodolfo llegó justo a tiempo. Estaban sirviendo la mesa y los olores deliciosos le estimulaban más el hambre.
-Mucho trabajo Rodolfo –dijo sonriente doña Francisca guiñándole un ojo- que bueno, hay que darle gracias a Dios.
Rodolfo se sonrojó y asintió con la cabeza.
La cena había transcurrido en calma. Rebeca había llevado una buena botella de vino que le había regalado Alberto y el conejo les había quedado delicioso. Comieron hasta no poder más. Charlaban amenamente recordando viejos tiempos.
Muchos espectros estaban felices merodeando la botella de vino. Amaban ese olor y la vieja lo tomaba haciendo muecas de placer para burlarse de ellos.
-¿Qué va a pasar con tu hermano? O mejor aún ¿Qué le va a pasar a la gente que vaya a quemar la casa de tu hermano?
-No lo sé. Seguro Apolinar ya lo sabe, él lo sabe todo. Puede hacer cosas muy malas contra ellos, contra sus familiares. Ya está muy viejo pero aún es fuerte. La magia de Apolinar me puede engañar, es más poderosa que la mía.
Pero la gente no debe temer y si van a ir a enfrentarlo me da mucho gusto. Dios siempre está con nosotros y también hay difuntos buenos que seguro los van a apoyar.
-Con razón la gente les tiene tanto miedo –dijo Rebeca que por cierto presentía que esa noche no iba a poder dormir.
-Yo misma viví con mucho miedo. En casa de Apolinar me acostumbré a dormir de día porque la noche era my peligrosa, estaba llena de sombras y si me dormía me lastimaban. A veces mi ángel no podía detenerlos a todos.
En las noches de octubre llegaba un señor muy viejo y elegante. Se encerraban horas en la biblioteca. Una de esas noches mi ángel apareció llorando y me dijo que tenía que irme de esa casa. Que me fuera con Romelia, que ella tenía la luz de Dios y que no me pasaría nada a su lado.
El día que me escapé había un perro muy grande en la puerta. Me veía muy feo y juro que me sonrió.
Algo me dice que era Apolinar…
Rodolfo y Rebeca sintieron un miedo profundo.
-Dios nos guarde a todos –dijo Rebeca-. Pero no entiendo por qué nunca te buscó.
-¿Y para qué me iba a querer el cabrón? Sólo le estorbaba, además ya estaba metido en cosas muy oscuras. Sus prioridades ya estaban fuera de toda razón. Y la verdad es que nunca le importó mucho lo que yo hiciera de mi vida.
Doña Francisca se levantó y sacó su botella de aguardiente y se sirvió un vaso. Rodolfo aceptó gustoso un vaso.
-Que bueno esta esto, lo hace un viejito que vive muy cerca de acá. A nadie le queda tan bueno como a él.
Rodolfo hizo una mueca de ardor, el aguardiente le había raspado la garganta y todos echaron a reír.
La vieja sacó un cigarrillo y lo prendió, nuevamente fue Rodolfo quien le aceptó uno. Fumaban en medio de la tranquilidad de la noche. Doña Francisca tenía una mirada perdida y nostálgica.
-Nanita… -¿Cuándo va a pasar lo que va a pasar?
Rebeca había hecho la pregunta con la cabeza agachada y la voz quebrada. Doña Francisca la observó por unos segundos y sonrió.
-Un día de estos a la hora de Dios.
Se despidieron con mucho cariño y prometieron que irían a verla la noche siguiente. Le llevarían algunas vestidos de novia para que le ayudara a Rebeca a escoger el más bonito. Recogieron la mesa y acomodaron la basura. Los hermanos se subieron a su carruaje y doña Francisca los despidió desde su eterno balcón en el oriente de su casa.
La tranquilidad de la noche estaba acompañada por el sonido de los grillos. Doña Francisca se sirvió otro vaso de aguardiente y se sentó en su mecedora.
Al otro lado de la calle pudo ver una enorme sombra que la veía fijamente.
Era un perro y se reía con ella.
3 comentarios:
Uuuuuu.....
Ke miedo!!!
Te estás haciendo muy bueno en esto!!! Vamos a ver komo lo terminas!!!!
No es mi preferido. Te he leido cosas mejores, pero me gusta este estilo que en realidad demuestra tu buen destreza en el uso de la palabra, y tomando en cuenta que esto es de los origenes mereces un aplauso.
Se nos sale lo comitecos a veces. ¿Que dijera la difunta Castellanos?
M.
Valentina:
¡Gracias!
La historia original ha cambiado un poquito. i yo mismo sé como terminará y he de confesar que me emociona el final.
¿Cuál será..?
Merilyn:
A mi se me sale lo comiteco siempre. A ti se te sale lo gachupina tanto que escuchas tus grupos locos.
Gracias por los aplausos.
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