miércoles, 21 de octubre de 2009

Vispera de resplandores

II

Se despertó a eso de las 7 de la tarde y se puso a limpiar su casa. Era muy meticulosa en esas labores. Se tomaba todo el tiempo del mundo para quitar una mancha o para alcanzar una maraña de polvo en el techo. Tantos años de sirvienta le habían formado un estricto deber de limpieza.
Terminó sus labores a las diez menos cuarto y la noche refulgía esplendorosa sobre el pueblo que trataba de dormir pese a los murmullos cotidianos de la noche.
A doña Francisca le dolía todo el cuerpo, los años y la artritis le impedían tener una vida activa en noches frías. Algunas veces tenía que tomarse unos vasitos de aguardiente para entrar en calor. Algunas veces se le iba la mano y terminaba borracha, riéndose a carcajadas con sus amigos los muertos que por alguna razón amaban el olor a alcohol.
Sacó una botella de aguardiente y se sirvió un poco en un vaso.
"Sólo un vasito, sino..."
Con esmero y cuidado comenzó a sembrar violetas en unos vasos de plástico que había convertido en macetas.
A lado de ella estaba sentada Romita viéndola paciente en sus labores.
-Hay Romita, estás hojitas nomás no quieren pegar.
-Deja eso, Panchita –así le decía Romelia- ahí vienen tus niños.
En ese instante llamaron a la puerta. La vieja se limpió las manos con su delantal y le sacó la lengua a Romita. Ella frunció el ceño y desapareció.
Doña Francisca abrió la puerta con mucha emoción.
Rodolfo y Rebeca sonrieron muy emocionados al ver a su vieja nana parada frente a ellos.
Doña Francisca sonrió y les hizo una mueca con la cabeza para indicarles que pasaran.
Rebeca y Rodolfo abrazaron cariñosamente a su madre adoptiva. Tenían varias semanas de no verse.
-Nanita, ya tenía mucho que no te daba un abrazo –dijo Rebeca-. Hace mucho frío aquí, deberías estar más abrigada, a tu edad te pueden dar resfriados muy feos.
-Por eso tomo mis vasitos de aguardiente.
¡Como ayudan!
-Nana –le dijo Rodolfo agarrándola de los hombros- queremos que seas la madrina de Rebeca. ¡Está a punto de casarse! Se casará con Alberto ¿te acuerdas de él? Mi amigo de toda la vida. Estamos organizando una gran fiesta en el rancho. Te vamos a comprar un vestido hermoso que vi en Veracruz.
¡Va a ser la fiesta del año!
Doña Francisca sonrió, tomó de las manos a Rodolfo y abrazó a Rebeca.
-¿Aceptas nanita, serás mi madrina?
Doña Francisca se apartó y agachando la cabeza les dijo:
-He visto el resplandor y saben lo que significa…
Los dos jóvenes se quedaron petrificados.
-Estoy a punto de irme con Dios.
Los jóvenes no terminaban de salir de su asombro. Ambos tenían las mejillas llenas de lágrimas.
-Hay hijos de la chingada, si no los crié chillones. No es motivo de tristeza, seguro que estaré ahí el día de la boda, aunque no me puedan ver.
La vieja abrazó cariñosamente a sus niños.
Gracias a su nana, ambos tenían un punto de vista muy diferente a la muerte. Sabían que los muertos no se iban del todo y que siempre estaban ahí. Pero eso no significaba que no estuvieran tristes por ella.
-Nana, hay algo más que debo decirte –dijo Rodolfo muy solemne- la gente del pueblo pretende ir a quemar la casa de tu hermano.
¿Es cierto todo lo que cuentan de él?
Doña Francisca sonrió dejando ver sus amarillos dientes.
-Apolinar… era un niño bueno pero muy diferente a los demás. Desde pequeño lo buscaron mucho los muertos malos. Él no tenía su ángel como yo. Muchas veces le dije que por favor cuidara de mi hermano pero él me decía no podía porque Apolinar había nacido con sombra.
Mi ángel tenía un sombrero muy bonito, con muchas luces que me hacían dormir cuando tenía miedo. A veces se mostraba con todos. Romi lo vio alguna vez. Era muy juguetón.
Apolinar comenzó a irse a jugar con los muertos malos, poco a poco se volvió como ellos.
De grande, Apolinar ya era muy diferente, era malo con todos y tenía la casa llena de muertos malos que me lastimaban cuando mi ángel no estaba. Fue por eso que un día decidí huir. Dejé el dinero y los lujos de mi hermano para irme a vivir con Romi. A veces no teníamos comida pero siempre nos estábamos riendo, siempre fuimos muy felices. Ella me cuidaba y yo la cuidaba a ella.
Nunca volví a ver a Apolinar y desde que me fui de su casa… a mi ángel tampoco.
Rodolfo y Rebeca estaban horrorizados. De una u otra forma gracias a su nana habían aprendido de cosas sobrenaturales, pero la historia sobre su hermano era demasiado horrible.
Doña Francisca echó a reír después de ver los rostros horrorizados de sus niños.
-Vengan mañana a cenar, ya es muy tarde. No son horas de estar fuera de su casa.
Esa noche los dos hermanos se fueron con un remolino de sentimientos. Tenían miedo y estaban sumidos en una profunda tristeza.
Doña Francisca había visto el resplandor y ellos sabían lo que pasaría.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias :)

Sígue!!!

Daniel Saborío dijo...

Gracias a ti, Valentina.

:)

AnaJ. dijo...

Muy bueno! Con ganas de mas palabras tuyas...

:)

Saludos!

AnaJ.

pd, concuerdo con la Srita Valentina: Sigue!!!

Daniel Saborío dijo...

Muchas gracias.

ya vendrán las dos partes que faltan

:)


D.

Daniel Saborío dijo...

Muchas gracias.

ya vendrán las dos partes que faltan

:)


D.