sábado, 24 de octubre de 2009

Vispera de resplandores

IV

Rosalía caminaba viendo a sus pies, la misa había terminado y podía irse en paz. Sentía que su cuerpo nuevamente estaba purificado y que Dios le había perdonado esos pequeños pecados de lujuria que no podía evitar.
Compró un ramo de rosas y se encaminó rumbo a la casa en ruinas de doña Francisca.
Al llegar la encontró repleta de imágenes religiosas y crucifijos que la gente había colocado para alejar a los malos espíritus.
Sentía una extraña nostalgia por esa casa destruida por el miedo. Subió las escaleras y llegó al famoso balcón. Todo el pueblo sabía que allí podían encontrar a la vieja sentada en su mecedora viendo al cielo y sonriéndolo a la nada.
Aún quedaban algunos vestigios de la anciana: vidrios rotos, trapos, zapatos y debajo de unas piedras estaban sus anteojos completamente destrozados. Rosalía los levantó y los colocó sobre sus ojos esperando ver fantasmas pero sólo vio un paisaje distorsionado por los cristales rotos.
El pueblo había cambiado bastante desde esa última vez que Rodolfo le había desnudado el cuerpo y el alma.
En un año todo parecía tan diferente y sin embargo nada había cambiado.
La tristeza le había eclipsado la belleza. Los rasgos españoles que había heredado de su madre y sus ojos claros ya no eran los de antes.
Por alguna razón presentía que no viviría mucho tiempo.
-Ojalá te hubieras quedado esa noche –dijo en voz alta
Rosalía estaba a punto de casarse con un millonario amigo de su padre. Provenía de la ciudad de México y le había advertido que en cuanto se casaran se la llevaría de ese pueblo embrujado.
Eran sus últimos días en Comitán.
Nunca había hablado con doña Francisca pero sabía el inmenso amor que Rodolfo sentía por ella. En ese balcón se sentía muy cerca de él. Era al único hombre que había amado y al único que amaría por el resto de su vida.
Se sentó en la mecedora.
Recordó cuando le llegó la noticia de que habían encontrado en el balcón de “La bruja” un esqueleto repleto de claveles sentado en esa misma mecedora. La gente se arremolinaba para verlo. Se persignaban y le dejaban escapularios en los pies. Las autoridades llevaron la osamenta al cementerio sin hacer más comentarios. No hacía falta explicar nada. Todos sabían que los San Cristóbal eran gente de brujería.
Nadie supo sobre el paradero de Rodolfo y Rebeca. Jamás volvieron a su casa después de esa cena con su nana. Muchos decían que los habían matado, otros decían que una jauría de perros los devoró con todo y huesos.
“Sólo Dios Sabe”
Poco a poco se dejó de tener noticias sobre el viejo Apolinar. Rosalía como muchas personas pensaban que el viejo ya había muerto pero nadie se atrevía a averiguarlo.
Mucha gente se fue del pueblo y las que se quedaron omitían cualquier cosa referente al tema. Con el tiempo crecía el número de cruces que ponían en las calles para la protección de las casas. Decían que La llorona había llegado al pueblo.
“¿En dónde vamos a parar?”
El día estaba nublado y la lluvia no tardaba en llegar.
Rosalía se acomodó en la vieja mecedora y comenzó a soñar con claveles.

10 comentarios:

***ANAHIRIS*** dijo...

realmente cada ves esta mas interesante y dan ganas de seguir leyendo mas y ma sin poder tener un final nunca.....


besos mi querido hermano....

Anónimo dijo...

Y entonces estamos en el final sin detalles o komo???? Jejejeje... Una buena escena chikitio pero un par de preguntas:
Por qué dos veces???
No lo dejarás así, verdd?

Daniel Saborío dijo...

Anahiris:
Realmente no existen los finales. Eso es lo más divertido.

Valentina:
No soy partidario de los detalles, me gusta que los lectores interactuen y usen su imaginación para hacer sus detalles.

¿Cómo era doña Francisca?
¿Cómo los dos fulanitos?
¿Cómo era su casa?

Jamás lo especifique pero seguro tu ya los conoces mejor que yo.

No sé como preguntas detalles si realmente los usé muy poco.

SSi quieres algo detalladísimo busca una película y le pones pausa en cada escena.

Dos veces porque seguro fue error de dedo.

Y si así se queda.
Es un cuento que escribí hace algunos años y aunque la historia cambió mucho aún conserva su esencia original.

Es esta.

Anónimo dijo...

Bueno pero no te enojes!!!

Jesus María que carácter!!!

Y luego lloras porque no comento!!!

Hija bipolar!

Ahora hasta al cine me mandaste, me puedes decir de una vez que es lo que tanto te molesta de mi???

Daniel Saborío dijo...

Valentina:

No es enojo es ua respuesta a tus preguntas.

No recuerdo haber llorado, quizá el mismo llanto me borró la memoria o San Judas Iscariote me lavó el cerebro para olvidar tan tremendo pesar.

No me molesta nada ¿por qué habría de molestarme?

Saludos.

D.

Cy Bukowski dijo...

Jajaja ándale, salío el Daniel rudo!

Juro que yo no lo hice enojar!!!

Feliz cumpleaños mi amor!!!

Yyyyy jaja te comento para decirte que que sexy Ricky Martín tienes ahí!

Jijiji

Te amo guapito


|Cy|

Cy Bukowski dijo...

Jaja perdón... salió

|Cy|

Daniel Saborío dijo...

|Cy|:

Yaaa tus odioooos

Vakente dijo...

eso ke????
Creo que tus lectores no reconocen la incertidumbre como un caracter constante, todo es incierto nada es seguro,pero siempre hay un final inesperado....

Daniel Saborío dijo...

Baquente:

En efecto muy pocos conocemos el factor sorpresa. Tu y yo lo conocemos de maravilla. Por algo nuestras visceras estuvieron a punto de quedar exparcidas en aquel mítico letrero:

"Prohibido que sus mascotas defequen en el pasto"

¿Era así el letrero?

Vaquillas siempre nos ha dado esa incertidumbre: la hora cero, el huerfanitito, demoniacos elíxires de ciruela, inundaciones a Mafafa, conspiraciones frustradas, intestinos a punto de estallar en Renault Clío, niños zombies, el hombre tiburón, boletos de ocesa olvidados, mil y un palpitantes frustradas y como siempre a mayoría de esto tuvo su origen en Vaquillas o en Donde los caniches pastas descalzos.

Todo esto es tan incierto y tan suspensivo...