jueves, 20 de octubre de 2011

La Calavera del Night Club


Recorría mi entrepierna con su mano mientras su mirada se perdía entre la niebla de la nicotina. Susurraba algunas frases que no podía entender. El barullo del burdel acentuaba el encanto de aquella mujer.

Vestía de blanco, su cabello era pelirrojo y sus ojos, verdes. Era más pequeña que yo y su cuerpo debió ser esculpido por el artista más obsceno de todo el parnaso.

De cuando en cuando se adornaba las napias con aquel polvillo carmín que sacaba de su bolso.

Estaba sentado tomando una copa de vino y ella estaba sobre mi moviendo las caderas con las manos en mis hombros y la cabeza hacia atrás meneando su cabellera y sacando la lengua.

Comencé a recorrer sus piernas blancas y sedosas comenzando desde los pies enfundados en unas delicadas zapatillas hasta llegar a su cuello. Su mirada se apoderaba de la mía y me acariciaba las mejillas con sus enormes uñas. Me colocó su lengua en mi cuello mientras su mano burlaba la seguridad de los botones de mi camisa y se escurría en mi pecho.

Sus labios recorrieron furtivamente los míos pero alcancé a darles una mordida y ellos alcanzaron a corresponderla. Se alisó el cabello y se descubrió las tetas. Eran pálidas, redondas, cremosas coronadas por un par de puntos rosas que florecían excitados y pedían a gritos ser tocados.

Las acaricié y su cuerpo pareció agradecérmelo. Su cuerpo entero estaba hinchado, sus uñas se apoderaban de mi cuello y sus caderas hacían movimientos trepidantes sobre mi entrepierna.

Deslicé mi mano bajo su ropa, sentí un pubis suave, aterciopelado y enterré mis dedos en aquella marea gelatinosa que inundaba sus muslos. Ella cerró los ojos y se apachurró los volcanes sedosos de sus pechos. Con sigilo me quitó la mano y me chupó los dedos.

Con sumo cuidado colocó su pezón izquierdo sobre mi boca y mi lengua comenzó a acariciarlo después colocó el derecho y mis labios comenzaron a apapacharlo.

Ella deslizó mi bragueta y sacó con maestría la erección que se apachurraba en el pantalón. Con mucha sutileza la colocó en su boca y le dio tres caladas deliciosas. La apachurró con sus hermosas manos y me dijo:

-Vamos a casa, ya me cansé de jugar, quiero retozar en nuestra cama…

Al instante nos levantamos, recorrimos el lugar mientras algunos borrachos nos veían, a ella con lujuria y a mi con desprecio. Yo les regalaba una sonrisa mientras acariciaba los cuartos traseros de mi chica.

Subimos a su coche y ella comenzó a retocarse el maquillaje.

-Maribel, eres un ángel pecaminoso…

-No, sope, esta noche soy La Calavera del Night Club.

Arrancó su coche con una sonrisa macabra.

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