jueves, 27 de octubre de 2011

La deliciosas piernas de la puta muerta

Al volver del bar me encontré sobre mi cama a una dama muerta. A juzgar por la ropa tirada en el suelo era una de esas chicas que venden sus caricias en alguna esquina o burdel.

Yo estaba borracho y tenía mucho sueño, había bebido un tequila de deplorable calidad y mi estómago parecía una bomba a punto de estallar. Necesitaba acostarme y dormir.

Me aproximé sigilosamente al cadáver y lo tomé de los tobillos para arrastralo fuera de mi cama. Mientras la deslizaba me fijé que la dama no estaba fea. Tenía un ojo de vidrio, los dientes amarillentos, el cabello rubioxigenado lleno de raíces negras, el cuerpo pálido lleno de estrías, los senos flácidos, el vientre abultado y las piernas deliciosas.

¡Qué hermosas piernas!

Comencé a acariciarlas y sentía una emoción excitante sin embargo, no era suficiente.

Comencé a apachurrarlas y sentía una excitación delirante sin embargo, no era suficiente.

Comencé a olerlas y sentía un delirio desesperante sin embargo, no era suficiente…

¡Qué desesperación!

En ese estado de efervescencia comencé a darle mordidas y poco a poco le fui arrancado pedazos de carne que inundaban mi paladar con un delicioso sabor a mujer. La sangre acariciaba mi lengua y los trozos de carne cruda navegaban entre mis saliva y mi excitación.

¿Cómo diablos habrá llegado esta delicia a mi habitación?

Devoraba con placer aquel banquete delicioso mientras me iba desnudando. Maribel me había dicho que había leído en una revista que la ropa es una fuente de cáncer de piel. Desde entonces trataba siempre de estar sin rastro de tela sobre mi cuerpo.

¡Que frío!

Mentras comía fui observando que algunas cosas en mi habitación habían cambiado. Alguien había colocado una horrible imagen de Cristo en una pared, las botellas de vino en mi tocador no estaban, el clóset no era el que tenía cuando salí al bar, y había mucha ropa de mujer dedicada al arte de la putería.

Me levanté asustado y salí a ver el número de la puerta, era el 34.

¡Joder!

Yo vivía en el 33.

Me vestí rápido y me iba a largar cuando recordé aquel delicioso manjar.

Como pude arranqué unos deliciosos trozos de carne y los envolví en una sábana. El aroma era delicioso, no sabía que la vecina estuviera en tan buen estado. Tampoco sabía a lo que se dedicaba ni que diablos le había ocurrido para que la muerte la dejara en ese estado tan pálido y ausente. Callada y dolorosa… bla bla.

Me fui a mi habitación y vi mi cama vacía. Guardé mi botín en el refrigerador y me adomodé plácidamente en mi colchón. Ya casi eran las 6 y odio dormirme cuando ya salió el sol.

Esa noche soñe que conducía un coche vestido de astronauta y que el camino estaba inundado de plantas carnívoras y clítoris espaciales.

Juro por Dios no volver a tomar cualquier tequila barato.

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